El otro día, ordenando mi armario, recordé una vieja anécdota que es demasiado buena para no contarla.
En el orden encontré una sudadera, la protagonista de la anécdota que voy a contar, que hacía ya un montón de años que no me estaba bien. Era una sudadera del C&A, sencilla y normalita, nada hortera, negra, con refuerzos en los codos y un cuello fardón que me hacía parecer un malo de ciencia ficción barata. Además tenía una especie de escudo heráldico en el pecho, en el lado izquierdo. Y sobre el escudito ponía una palabra. Reg-no. Así, con guión. Nunca supe que significaba. Las prendas de ropa del C&A ocultan mensajes de antiguas civilizaciones ya olvidadas.
Nos remontamos a mis tiempos de escolar, cuando yo estaba en el colegio (si, sé que nunca seré tan guay como vosotros, pero nunca fuí a un instituto). Había un chaval por ahí, unos años menor que yo, que me admiraba por ser heavy. Poneos en situación, colegio pijo y de monjas, los heavies nos podíamos contar con los dedos de la mano de un hombre que hubiera perdido todos sus dedos salvo uno y el resto fueran pequeños muñones.
En fin, el caso es que a este chaval le fascinaba la cosa metálica y vió en mí una fuente de información. Me preguntaba, me informaba de sus progresos buscando mi aprobación, me buscaba por los pasillos para hablar, incluso me acompañaba a casa para hablar por el camino. Era bastante pesado, pero bueno, tampoco hacía daño, pobrecillo, y además así yo demostraba un poco mi vasta sapiencia sobre el apasionante mundo del metal, que siempre está bien poder usar para algo todo el conocimiento inútil que se acumula en la cabeza. Resumiendo, que el chaval quería ser heavy y no perdía oportunidad de demostrármelo.
Y aquí vamos, ya llega el clímax de la anécdota. Iba yo un día con mi sudadera de Reg-no (recordemos, una sudadera del C&A con un mensaje inescrutable) cuando me crucé con el padawan. El tío me mira y entorna los ojos mientras asiente con aprobación y entendimiento. Tensa la boca en una media sonrisa, adquiriendo lo que para él significaba la postura definitiva del tipo duro. Entonces alza el puño hasta la altura de su cabeza, en un gesto de poder, y bajando la voz un par de octavas exclama: ¡REG-NO! Yo permanezco impasible. El muchacho sentecia: ¡Qué buenos son, tío! Sigo impasible y un poco estupefacto. El chaval continúa su camino por el pasillo mientras murmura para sí, a un volumen suficiente para que yo lo oiga: Qué buenos, qué buenos...
Esa tarde acudimos ambos a san google. Él, para ver si los Reg-no eran realmente buenos. Yo, para saber si de verdad había una banda llamada así. Ninguno de los dos volvimos a comentar el incidente. Yo, por no herir el orgullo del chaval. Y él, porque ya lo tenía herido.
Poco tiempo después el joven iniciado abandonó la tortuosa senda del rock y centró sus esfuerzos en el hip-hop y el skate. Yo sé que no todos los mortales pueden aguantar en el arduo camino del metal, pero me entristece pensar en lo buen heavy que podría haber sido el joven Reg-no. Nadie habría contado historias falsas en los bares como él. Nadie se habría tirado más faroles delante unas cervezas que él. Nadie habría contado anécdotas de conciertos legendarios en los que no había estado como él.
Sólo espero que los raperos hayan sabido apreciar el diamante en bruto que les llegó.
Nunca pude ponerme esa sudadera sin esbozar una sonrisa nostálgica. Aunque falso, aquel momento fue true. Y esa es la moraleja de esta historia, amigos, porque la actitud lo es todo.
20250401
Hace 6 horas