La vida es como una partida de ajedrez en la que cada uno somos el rey de nuestro propio tablero. La gente que conocemos son las demás piezas. Dependiendo de lo importantes que sean para nosotros. Los peones son toda esa gente que conocemos pero que ni nos va ni nos viene. Las figuras son la gente que nos importa, en jererquía de afecto por su proximidad a nosotros.
Pero la vida también es como el ajedrez en otros aspectos. La vida es una batalla. Una batalla en la que si no te mueves con cuidado siempre vas a perder algunas de tus piezas. Preferíblemente los peones, pero siempre cae alguna figura.
Y aún más todavía, la vida es como el ajedrez. Porque al igual que en el juego, en la vida hay perdidas involuntarias, pero también hay pérdidas voluntarias, sacrificios. Sacrificios humanos. Hechos para lograr un objetivo mayor, un objetivo importante, a largo plazo. Un objetivo que haga que merezca la pena el sacrificio.
Pero, oh, amigos, la vida no es un juego y no sigue unas normas, ni unas pautas. La vida es aleatoria, llena de sinsentidos, llena de cosas desperdiciadas, llena, porqué no decirlo, de mierda.
Y todos, atrapados en la vida, cometemos acciones sin sentido. Acciones que no benefician nuestro juego final, acciones que no están respaldadas por ninguna estrategia.
Todas esas veces que tienes al peón en la séptima fila, ese peón al que podrías promocionar para que fuera tu reina. Todas esas veces que has dejado un caballo solo, en medio del campo, bajo el fuego cruzado de los alfiles enemigos. Todas esas veces que avanzas a los peones como si no hubiera mañana.
Y todas esas veces que has decidido proteger más a tu rey, protegiendo, en definitiva, tu propio culo. Justo las mismas veces que en vez de promocionar a ese peón en reina has refugiado al rey entre las torres. Las mismas veces que en vez de salir a cubrir al caballo solitario has dado la vuelta al rey para volver a la fila uno. Las mismas que has dejado a tus peones a merced de las figuras enemigas, para mantenerte protegido, a cubierto, seguro.
Vas repasando la lista de todas esas jugadas vacías, las que parecían seguras, las que no te han aportado nada. ¿Y que descubres? Que no sabías nada. Y que sigues sin saber nada. Que todo lo que creías es una mera ilusión. Que al que creías un caballo, no es más que un peón. Que al que creías un sesgado y traicionero alfil es una sólida y fiel torre. Que a la que creías tu reina es en realidad la del adversario. Que ese peón, si le das la oportunidad resulta ser tan útil como el más ágil de los caballos.
Y eso resulta ser la vida. Un caballo que sacrificas y no te apena, un peón al que le tienes demasiado cariño por cualquier tontería, un alfil de blancas que se mueve por negras, una torre que no acepta un enroque. Y en medio de todo eso, la verdad es que se pregunta uno ¿qué papel juego en esta partida? El Rey.
¿El Rey? Ja, tomadle el pelo a otro.
20241121
Hace 6 horas
5 comentarios:
¡Excelente, Nimendil! Me encantó las comparación con el juego, muy inteligentes, al punto y bien hechas. Nunca he jugado bien al ajedrez, y creo que también no he sabido jugar a 'la vida'. Se refleja muy bien, jaja.
Un saludo, excelente escrito. Abrazos.
Impresionante, te deja reflexionando la verdad.
Creo que ha sido uno de los pocos textos que me han hecho reflexionar O.o
c i e r t o
Jaque...
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